El hayedo de Otzarreta, en el Parque Natural de Gorbeia, está considerado como uno de los bosques más mágicos del País Vasco. Sus poco más de cien hayas centenarias, con grandes raíces cubiertas de musgo verde, atrapan a toda persona que visita este tranquilo paraje, atravesado por el arroyo Zubizabala. Pasear entre los enormes árboles, hundiendo nuestros pies en la hojarasca, es uno de los grandes placeres de los que podemos disfrutar en nuestra visita a Euskadi.
Más allá de su belleza natural, este bosque tiene mucho valor cultural. Solo hace falta fijarse en las ramas de las hayas, que en lugar de extenderse hacia los lados, han alzado hacia el cielo sus gigantes brazos de madera en forma de candelabro. Esto es reflejo de las sucesivas podas a las que durante años han estado sometidos estos árboles, principalmente para obtener carbón, mediante la técnica del trasmocho.
El carbón vegetal obtenido por trasmocho ha sido, al menos desde el siglo XV, el combustible clave para el desarrollo de las industrias siderúrgica y naval que han dirigido la economía vasca. En la imagen vemos al carbonero protagonista de Tasio, una famosa película que en 1984 dirigió Montxo Armendáriz, y que retrata este oficio ancestral.
Dos ejemplos didácticos de esta relación trasmocho-industria son la ferrería Mirandaola de Legazpi, del siglo XV, y el museo marítimo Albaola, de Pasaia, donde a día de hoy se reconstruye un galeón del siglo XVI, época en la que la industria vasca lideraba el comercio ballenero mundial.
Tradicionalmente, la primera poda del trasmocho se le realizaba a un árbol cuando tenía una veintena de años y un tamaño de unos 3 metros, de forma que el ganado no pudiera alcanzar y comerse los brotes que surgieran de esa decapitación.
El primer tajo realizado a un árbol trasmocho provocaba la salida de unas 4 o 5 ramas, que se dejaban brotar unos 15 años hasta que alcanzaban un diámetro de 30 centímetros aproximadamente: el límite máximo para que fueran fáciles de cortar con un hacha.
Esa poda se reproducía cíclicamente cada 8-10 años. E incluso menos, si aumentaba la necesidad de combustible. Gracias a esta práctica, los carboneros se beneficiaban durante siglos de los recursos que proporcionaba un mismo árbol.
Pero no solo se aprovechaba la madera de estos árboles, también las hojas como abono o alimento para el ganado; los frutos como alimento animal o humano; incluso la corteza para fabricar zapatos y colorantes, aprovechando los taninos que posee.
El árbol más utilizado para el trasmocho ha sido el roble, por su gran poder calorífico y la cercanía de esta especie a los centros de producción. Sin embargo, para el siglo XIX los robledales vascos ya estaban diezmados a consecuencia de la expansión agrícola, la explotación siderúrgica y la construcción naval.
Arrasados los robledales, se empezaron a trasmochar hayas para obtener carbón para ferrerías y altos hornos, para leña doméstica, para panaderías y pastelerías, y para hacer cajas o barricas, tal y como apuntan las investigaciones realizadas por Álvaro Aragón Ruano, profesor de la Universidad del País Vasco EHU/UPV. También se trasmocharon castaños, álamos y alisos.
El trasmocho ha marcado, por tanto, el aspecto de los bosques de País Vasco.
La llegada en el siglo XIX del carbón mineral frenó progresivamente el uso de esta técnica tan característica del País Vasco, que también se ha utilizado en otros puntos de Europa. Aunque a día de hoy unos pocos caseríos sigan trasmochando hayas, esta práctica desapareció en la década de los 60 del siglo XX, según apunta el profesor Aragón. De ahí que los árboles trasmochos hayan perdido hace tiempo su turno de corta y sus ramas tienen un tamaño desproporcionado, que desafortunadamente suele acabar en roturas y en la muerte de dichos ejemplares.
En el caso del bosque de Otzarreta, los expertos calculan que en un plazo de 75 años llegarán a quebrarse estas magníficas ramas que hoy tanto nos impresionan.
Investigadores, como los de la asociación Trepalari o del Grupo de los Aizkolaris de Leitza, están estudiando cómo recuperar estos ejemplares, que dan cuenta de la historia vasca y de la biodiversidad del territorio.
Visitando el bosque de Otzarreta nos adentramos en el Parque Natural de Gorbeia, que tiene muchos más encantos por descubrir, como el humedal de Saldropo, la cascada de Uguna, la muralla de Atxuri o el también espectacular macizo de Itxina. Obviamente, todo no se puede realizar en un mismo día pues hay que ir a pie, al paso que pastores y viajeros marcaron desde la antigüedad por esta frontera natural de las cuencas cantábrica y mediterránea.
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