Si hay un lugar en Euskadi que destaca por la conjunción del arte del siglo XX y la espiritualidad, ese es Arantzazu. Ubicado en un impresionante paraje natural, entre barrancos, bajo la sierra de Aizkorri, Arantzazu (Aránzazu en castellano) es un lugar sobrecogedor. Por ello, se ha convertido en tradicional epicentro de iniciativas a favor de la paz.
Sus tres torres de roca caliza talladas en punta de diamante llaman la atención a nuestra llegada. Son el campanario y los dos pilares que enmarcan la fachada principal. La forma de la talla hace clara alusión al espino en el que, según cuenta la leyenda, se le apareció la imagen de la Virgen de Arantzazu a un pastor. Él entonces le dijo: Arantzan zu?, que quiere decir en euskera: ¿Tú en el espino? De ahí el nombre de la virgen que desde 1918 es patrona de Gipuzkoa.
El santuario está habitado desde 1514 por la orden de los Franciscanos y ha sufrido tres incendios previos a la construcción de la basílica actual en los años 50. Al verla, uno se pregunta cómo fue posible construir algo tan radicalmente moderno en aquella época franquista.
Los 14 apóstoles de Oteiza dan la bienvenida al templo concebido por los arquitectos Sáenz de Oiza y Laorga. Chillida proyectó las puertas metálicas, Lucio Muñoz ideó el gran ábside con un retablo que viene a ser una prolongación del ambiente de paz que se respira en este paraje.
Néstor Basterretxea se encargó del Cristo Rojo y del resto de murales de la cripta con los que formula, según dijo, «una potente llamada a la conciencia» del ser humano.
Grandes artistas del siglo XX de Euskadi y de España, por tanto, crearon esta enciclopedia del arte vasco. Pero no lo tuvieron fácil para llevar a cabo su obra. Y es que el Obispado de San Sebastián, horrorizado, la vetó en 1955. La Iglesia consideró que «las buenas intenciones de los proyectistas han sufrido extravío por las corrientes modernistas que no tienen en cuenta algunos de los preceptos de la Santa Iglesia en materia de Arte Sagrado».
Gracias a los aires renovadores que trajo el Concilio Vaticano II, la basílica de Nuestra Señora de Aránzazu se consagró definitivamente en 1969. A día de hoy, es un lugar de culto de referencia incuestionable.
El entorno de Arantzazu cuenta con una amplia gama de posibles actividades complementarias. Los amantes del senderismo disfrutarán, sin duda, del paseo de una hora aproximadamente hasta las campas de Urbia. Desde allí se sube a las cumbres de la sierra de Aizkorri. Justamente el monte más alto de todos ellos, el Aizkorri, es también el más alto de Euskadi, con 1.515 metros.
Así que si subimos a él estaremos coronando la cima de la Comunidad Autónoma Vasca. Para ello, sin embargo, es recomendable estar algo en forma. La caminata consiste en una subida de otra hora y media más desde las campas.
Estas cumbres guardan en su interior una de las mayores cuevas de Gipuzkoa: la cueva de Arrikrutz. Es un excepcional paisaje kárstico que también merece la pena visitar. Su acceso se encuentra en la carretera que une Arantzazu y Oñati. Esta última localidad también merece la pena ser visitada, ya que cuenta con un casco histórico calificado como Conjunto Monumental.
Entre bellos palacios, casas señoriales y edificios religiosos, destaca la Universidad Sancti Spiritus. Se trata del principal exponente de arte civil renacentista de Euskadi. Entre los siglos XVI y XX funcionó como la primera y única universidad del País Vasco y obtuvo los mismos fueros e inmunidades papales que las de Bolonia, Salamanca, París, Valladolid y Alcalá.
Una alubiada en Arantzazu es la opción gastronómica más popular de esta visita. Se ofrece en cualquiera de los restaurantes que hay tanto en el entorno de la basílica como a lo largo de la sinuosa carretera de 10 kilómetros que enlaza el santuario con Oñati.
En ese trayecto también encontraremos la Escuela de Pastores. De allí sale el conocimiento para elaborar los prestigiosos quesos vascos de oveja, como el Idiazabal.
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